03 | 05 | 2021 _ por Jorge Cortés
Jamás será necesario ser el centro de atención para ser importante, basta con entender que nuestro trabajo estará en un plan mayor. Ese es el principio de Bendición, la nueva creación de José Tomás Molina.
La fusión de un arte con un concepto abstracto produce el nacimiento de un fenómeno de matriz compleja conocido como Música incidental. De por sí “Incidental” tiene varias definiciones que, hasta cierto punto, hacen justicia a la obra a reseñar. La música que es capaz de incidir, influenciar, potenciar, amplificar una escena visual es llamada Música Incidental, aquella música que está compuesta para NO ser el centro de atención del arte en la que es expuesta, cosa que puede sacar ronchas en algunos egos. Este tipo de música es, en cierta forma, la sal o el condimento que hace especial un plato de comida. Cuesta Trabajo imaginar la “docking scene” de Interstellar sin la composición de Hans Zimmer o intentar disfrutar el sobrevuelo por las nubes en un Delorean sin la sensación aventurezca de Alan Silvestri. Dicho de otra forma, este tipo de música demuestra que lo bien desarrollado en un contexto escogido no tiene por qué tener un rol protagónico y aun así ser demasiado importante para el resultado final.
El pasado viernes 23 de abril se estrenó Bendición, un cortometraje dirigido por Hernán Choque y rodado en la ciudad perla del norte, Antofagasta. Por supuesto, el séptimo arte se complementa casi siempre muy bien con la música y esta vez los honores de la composición de la banda sonora corren por cuenta de José Tomás Molina, un versátil músico compositor multiintrumentista cuya creación incidental le valió por tercera vez la nominación a los Premios Pulsar 2021 en la categoría Mejor Música para Audiovisuales.
La BSO de Bendición es una lectura precisa de las escenas del guión del director, que acompaña la agitada vida de un protagonista que convive con sus demonios impuestos por una sociedad que alieniza a la persona que no es capaz de competir en un mundo creado para herramientas humanas y gobernado por un puñado de desalmados. Está compuesto por tres obras que se aferrarán al corazón del oyente y que finalmente se convertirán en un nudo en la garganta.
El primer nudo es Promesa, que parte con un profundo solo de cello que contiene una carga emotiva posromancticista y riega un jardín de reminiscencias Dvorakianas. JTM se encarga de, sutilmente, emigrar a una escena que imprime una dinámica más rápida escondida tras una aguda lluvia de pequeños destellos pianísticos, construyendo así el escenario perfecto para que el cello conduzca la melodía principal de la obra. El paisaje general es sobrecogedor, lleno de tensión, melancolía e incluso dolor, pero no cualquier dolor, es un una recreación musical del dolor, por lo tanto es escuchable y disfrutable. Las cuerdas frotadas forman un colchón armónico que avanzan como bloque en una progresión que solo añade más delicadas ensoñaciones a una promesa musical que al final se hace un acierto, un recuerdo y un acuerdo sobre el hecho irredarguible de la capacidad de JTM para construir un mapa sonoro emocional en las mentes…y en las almas.
La comprobación de un concepto afirmando su antónimo. Esa sería la definición de un Dialelo según JTM, el segundo nudo. Según cualquier enciclopedia, un dialelo es un ciclo vicioso o un círculo vicioso. Una situación que genera cierta negatividad y que se encadena con algún tipo de procedimiento atenuante que a la larga solo empeora el suceso inicial. Sin embargo, lo más probable es que JTM haya tomado el contexto de la situación a musicalizar para componer una escena sonora que se hace adictiva, que no tiene envidia ante un OST compuesta por Takagi masakatsu o incluso Philip Glass. Un trabajo basado en un círculo vicioso que genera un círculo virtuoso revisionista en influencias minimalistas que no se detienen y que acompañan al auditor como la banda sonora de su día. Una bella paradoja hecha regalo.
Resplandor es la tercera y última composición de esta BSO. Una amalgama de texturas en cuerdas frotadas con crines, lápices y hasta suspiros que aunque se escuchen como si fueran muchos, en realidad tiene la curiosidad de haber sido grabada solo con dos instrumentos. Esta composición es el soplo de viento que entra en el último aliento de un pulmón moribundo y que genera una atmosfera trágica que acompaña el final del cortometraje.
Si bien la BSO podría funcionar perfectamente sola, se recomienda rigurosamente ver el cortometraje para entender la idea y la potencia emocional de la escena que arremete como un bólido de toneladas de metal contra la sensibilidad de cualquier auditor abstraído en la composición que puede, si prefriere, ocuparla en su biografía escrita en tiempo real, de otra forma dicho, su vida.